miércoles, 4 de mayo de 2011
Ella, que no quiebra ni un vaso.
Estoy demasiado pegada con when the lights go down de Journey, demasiado, demasiado, como nunca por un tema de ese tipo. Pero ese no es el tema, es esto otro y no lo escribí yo:
(...) Entonces solté una de sus manos, cogí un vaso y lo puse en el borde de la mesa. -Se va a caer - dijo él. -Exacto. Quiero que tú lo tires. -¿Romper un vaso? Sí, romper un vaso. Un gesto aparentemente simple, pero que implicaba miedos que nunca llegaremos a entender del todo. ¿Qué hay de malo en romper un vaso barato, si todos hemos hecho alguna vez sin querer en la vida? -¿Romper un vaso? - repitió -. ¿Por qué? -Podría dar algunas razones - respondí-. Pero la verdad es que es sencillamente por romperlo. -¿Por ti? -Claro que no. Él miraba el vaso en el borde de la mesa, preocupado de que fuese a caerse. "Es un rito de pasaje, como tú mismo dices - tuve ganas de decirle-. Es lo prohibido. Los vasos no se rompen de adrede. Cuando estamos en los restaurantes o en nuestras casa procuramos que los vasos no queden al borde de la mesa. Nuestro universo exige que tengamos cuidado para que los vasos no se caigan al suelo." Sin embargo, seguí pensando, cuando los rompemos sin querer, vemos que no era tan grave. El camarero dice "no tiene importancia", y nunca en mi vida, he visto que en la cuenta de un restaurante hayan incluido el precio de un vaso roto. Romper vasos forma parte de la vida y no nos hacemos daño a nosotros ni al restaurante ni al prójimo. Moví la mesa. El vaso se bamboleó, pero no se cayó. -¡Cuidado! - dijo él, instintivamente. -Rompe el vaso - insistí. Rompe el vaso, pensaba para mí, porque es un gesto simbólico. Trata de entender que yo rompí dentro de mí cosas mucho más importantes que un vaso, y estoy feliz de haberlo hecho. Mira tu propia lucha interior, y rompe ese vaso. Porque nuestros padres nos enseñaron a tener cuidado con los vasos, y con los cuerpos. Nos enseñaron que las pasiones de la infancia son imposibles, que no debemos alejar a hombres del sacerdocio, que las personas no hacen milagros, y que nadie sale de viaje sin saber adonde va. Rompe el vaso, por favor, y libéranos de todos esos conceptos malditos, de esa manía de tener que explicarlo todo y hacer solo aquello que los demás aprueban. -Rompe el vaso - pedí una vez más. Él clavó su mirada en la mía. Después, despacio, deslizó la mano de la mesa hasta tocar el vaso. Con un rápido movimiento, lo empujó al suelo. El ruido del vidrio roto llamó la atención de todos. En vez de disfrazar el gesto con alguna petición de disculpas, él me miraba sonriendo, y yo le devolvía la sonrisa. -No tiene importancia - gritó el chico que atendía las mesas. Pero él no le oyó. Se había levantado, me había tomado por los cabellos y me besaba...
La vida que no es así de dramática y simbólica y como me gustaría que así lo fuese o si lo es? Paulo Cohelo, querido, quiero ser como tu cuando grande, en muchos aspectos.
Eso sería, he dicho.
Miss. L.
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